Construimos una sensación de permanencia y seguridad del mundo; aunque cuando la investigamos en algo más detalle resalta rápidamente lo frágil y falta de consistencia de la misma:
– Nuestra vida en occidente la hemos basado muy dependiente de la tecnologìa, ¿imaginas tan sólo una semana sin suministro eléctrico?
– El propio clima genera un condicionamiento, del que sólo somos conscientes cuando se presentan situaciones extremas; sobre las que por ahora disponemos de muy escasa influencia
– Nuestra situación en el universo determina el estár sometidos a tensiones de todo tipo, en el que caben todo tipo de posibilidades en cuanto a catastrofes , con un grado de probabilidad de materialización en alguna de ellas bastante altas
Todo esto lo podemos utilizar útilmente en nuetra vida diaria, para saber que por más catastrofismos que nosotros construyamos, el catálogo jamás llegará a cubrir todas las que son posible; y que siempre en el mundo hay cosas que escapan a nuestro control.
Idealmente el mundo podría ser un lugar seguro y estable, aunque no es así. Hemos de aceptar que esa incertidumbre y constantes condicionamientos forman parte del mismo. Lo que sí está en nuestra competencia, es generar el entorno y condiciones más seguras posibles, atendiendo a la vez a nuestro desarrollo.
El sesgo hacia lo negativo posiblemente fuese desarrollado por la humanidad como un arma de defensa y adaptación ante la amenaza de la naturaleza y nuestra necesidad de sobrevivir a ella, explorando todos los posibles peligros a los que los hombres y mujeres se veían acosados en beneficio de su supervivencia como especie.
Hoy en día hemos construido unas condiciones que nos permiten el poder equilibrar ese sesgo, y atender útilmente las llamadas anticipatorias de peligro; y para ello hemos de verificar la validez o fantasía de esa llamada.
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