Recuerdo que cuando era un niño en un pueblo rural en las noches de verano donde haciamos «nuestras las calles» nos gustaba jugar a que nos «perseguían»; es decir, nos poníamos a correr y cada uno de los miembros de la carrera expresaba en voz alta «qué era lo que nos perseguía», y al grito de «nos persigue el hombre del saco» imaginábamos de forma muy realista a un tipo siniestro, que a nuestra espalda estaba a punto de cogernos y meternos en su saco…personalmente lo hacía de forma tan «realista» que hasta podía «sentir el aliento en mi cuello»…y la cosa se convertía en un «chute extra» para continuar corriendo.
El lugar predilecto con el que jugar con posibilidades era el cementerio a las afueras del pueblo, y al que se llegaba tras un camino enfilado a ambos lados por los clásicos cipreses. En la madrugada, aquel entorno a nuestros ojos se convertía en un lugar «siniestro» y al que nos desafíabamos a ir. El punto máximo al que llegamos en una ocasión -ya aquello casi se convierte en una azaña- fué la pared del recinto del cementerio-
En un periodo reciente paseando por el un camino que transcurre paralelo a un rio, en un entorno y pareja muy hermoso, pensé que al anochecer el olor que hubiese disponible en él sería muy distinto al que en ese momento habia, y más en esta epoca de primavera. Pues bien, le propuse a la persona con la que iba que una noche podríamos repetir el paseo, a lo que esta persona me respondió con una negativa. Interrogando a su vez sobre la misma, la respuesta fué: «me dá miedo», volví a incidir sobre la respuesta: ¿a qué exactamente?, y se me devolvió «a los animales»; a lo que volvía a incidir: ¿sobre qué animales concretamente?, y ahí llegamos a un «hueco» que permanecía vacío…no hubo respuesta.
Y esta es la cuestión a la que quiero llegar, y es la forma en la que a través de nuestra imaginación utilizamos y organizamos la situaciones para generar contenidos «que no están conectados con la realidad». Ni el cementerio en sí, es un lugar peligroso, si existe ningún monstruo que nos persigue. En cuanto al temor a sufrir el ataque de algún animal, que puede parecer mucho más racional, lo que en primer término habría que hacer es informarse de exactamente cuáles son los animales existentes en la zona, ya que igualmente el grado de probabilidad de que esa posibilidad fuese materializable es ridículo.
El ser atropellado en la vía pública por un vehículo, es una posibilidad mucho más alta en su probabilidad de suceder, que el ser atacado por un animal en el lugar al que me refería. Sin embargo, en un caso hemos aprendido a convivir realistamente con ello y en el otro no. Y es lo que ocurrre con aquellos miedos que generamos de forma arbitraria, y a los que dedicamos muy poco tiempo de reflexión, y el cómo utilizamos nuestra forma de imaginar para hacerlo lo más cercano a la realidad como nos sea posible.
Posiblemente a esta persona la comunicación de que no existen en el entorno «animales peligrosos» no sea suficiente para desactivar ese «miedo»; ya que lo que aquí está incidiendo es la forma en la que lo está organizando en su imaginación, cosa que no está directamente relacionada con si es realista o no.
La generación de «ese miedo» también puede resultar muy útil como forma de «prevención», pero no tanto para quedarse paralizado, sino para adoptar medidas que puedan neutralizarlo. De esa forma de existir animales en el entorno «potencialmente peligrosos» no negamos la realidad, nos ajustamos a ella y quedamos liberados para disfrutar del paseo en primer plano, teniendo como fondo ese sentido de precaución; que es lo que hacemos cuando caminamos por las avenidas de una ciudad, sin estar pensando constantemente en el coche que nos atropellará.