A lo largo de nuestro desarrollo aprendemos a “Posicionarnos”, aprendemos a reconocer cual es el “espacio que elegimos ocupar en relación con los demás”, y claro, esto va a ser influenciado por el modelo cultural donde me desarrollo , modelo de familia, los modelos educativos y el resultante de mi “Autoestima”, que es como la firma del “modelo de mi identidad personal” que he creado.
Dependiendo “del grado de salud”, verificada en cómo es de cercano a la realidad el modelo que sobre mí he creado, de esa “Autoestima”, así considero y determino cual es el lugar que quiero ocupar, qué cosas me considero capaz o no de conseguir, cómo percibo a los otros en relación conmigo. Es muy sencillo generar un miedo a exponerme públicamente, miedo a que me critiquen, me rechacen, se distancien por un mero hecho de sobresalir.
Hemos crecido bajo creencias sobre nosotros mismos. Etiquetas impuestas de nuestros padres y profesores. En la mayoría de las ocasiones las ideas más fuertes, con más impronta, son las negativas, las que nos desvalorizan como el “no valgo nada”, “hay alguien mejor que yo”, “yo no estoy hecho para triunfar, soy un estúpido fracasado”, “no sirvo para hacer esto ni aquello”, etc
Solo para deshacernos de esas infamias personales, puedo chequear el contenido del modelo que he construido sobre mi persona, sus condicionantes y cómo reajustarlo. Lo perverso del asunto es que tenemos tan integrado el modelo creado, que lo consideramos como que es nuestra verdadera identidad, y que si lo reajustásemos, perderíamos algo “de nosotros mismos”. Nos hemos construido sobre una plataforma conocida y necesitamos reafirmarnos todo el tiempo con aquello que nos identificamos. Es una zona segura.
No nos damos cuenta que en realidad igual que somos el producto de una serie de vivencias e ideas asumidas, podemos modificar las mismas dando lugar a otro producto. Seguimos patrones y valores sociales que nos restringen como el “necesitamos de los demás, tú no puedes solo”, “no puedes mostrarte autosuficiente, no seas egoísta”. Es muy fácil que con estos elementos dentro de mi modelo de identidad dé como resultado el permanecer en el anonimato.
El fondo de la cuestión, es que “yo no soy el modelo que he construido de mi”, que yo como identidad estoy por encima de ese modelo y cuando aprendo a instalarme en esa “auténtica identidad, que está liberada de modelos”, es cuando estoy en disposición de crear el modelo operativo con el que voy a relacionarme; y ahí el juicio de los otros dejará de ser un impedimento, y por ende, el “miedo a brillar”, aunque socialmente se nos alerte constantemente de esta tentación, y como ejemplo dejo esta parábola:
“En el silencio de la noche oscura sale de la espesura incauta la luciérnaga modesta, y su templado brillo luce en la oscuridad. Un sapo vil, a quien la luz enoja, tiro traidor le asesta y de su boca inmunda, la saliva mortífera le arroja. La luciérnaga dijo moribunda: ¿qué te hice yo para que así atentaras a mi vida inocente? Y el monstruo respondió: Bicho imprudente, siempre las distinciones valen caras: no te hubiera escupido yo, si tú no brillaras.”