Me comentaba ayer una mujer -pongamos por nombre Mercedes- su profunda «desazón» ante el hecho que su hija de 17 años quiere estudiar «criminología» contrariando el criterio de ella que el futuro lo situa en que su hija sea «abogada»
Le pregunté a Mercedes si por un momento había pensado en que a su hija posiblemente lo que le atraía era la idea que se había forjado a través de series de televisión como CSI, y que quizás tuviese un conocimiento poco detallado acerca de que para llegar a ejercer previamente se necesita de unos estudios en química, biología, anatomía…y hasta qué punto a su hija este tipo de materias le eran atractivas.
Por su parte a Mercedes la idea de ella misma haberse dedicado en su vida al tema de la abogacía le atraía tanto como a su hija la criminología, aunque Mercedes lo que no sabe experiencialmente es todo lo que hay que memorizar para obtener una licenciatura en derecho y todo el trecho que hay que andar hasta llegar a convertirte en un profesional que vive de la abogacía.
Una cosa es la idea que nos hacemos de las cosas y otra la acción de las mismas. Cuanta más congruencia exista entre ambas, habrá mayores condiciones para que se cumplan. Entre ellas puede darse todas las combinaciones posibles: me gusta la idea aunque no la acción, no me gusta la idea y sí la acción, me gusta la acción aunque no la idea.
El conocimiento detallado y real que tenemos de las cosas nos proporciona la base para que la idea que nos forjamos de la misma sea certero. Por ejemplo, la idea de la existencia de un paraiso más allá de nuestra muerte, quizás pueda resultar atractiva a muchas personas; ahora bien, preguntémonos acerca del detalle exacto de en qué consiste exactamente ese paraiso, y si ese mismo detalle continua siendo igual de atractivo, o quizás no tanto.
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