LLamaba la atención a una persona cercana a mí, que notaba en ella una cierta tendencia a la suceptibilidad, irritación fácil y a una agresividad a la que se deslizaba con una respuesta un tanto exagerada al estímulo recibido. Su expresión fue que «dadas las circunstancias por las que estaba pasando, se encontraba mal, y que eso era normal y que demasiado bien estaba para lo mal que lo estaba pasando, aunque ese estado era normal»
La situación a la que la persona aludía, es una reciente separación de su pareja. Daba por hecho que un estado de agresividad, susceptibilidad e irritación es lo «normal» en esas circunstancias; ha aprendido a asociar una serie de conductas a un hecho, que a priori ya calificaba como «de lo peor que te puede ocurrir en la vida» (literal); e incluso negaba la posibilidad de que «hubiese otra forma de poder vivirlo»
Aquí está la cuestión, y es que «sí que hay otra forma de poder vivirlo», de hecho, hay tantas formas y respuestas como personas en este momento estamos con conciencia de nuestra existencia. En un momento en la vida de esta persona, este asunto de la relación con su pareja fue algo a lo que atendió, y la forma en que gestionó esa atención se fue convirtiendo poco a poco en una inquietud prolongada que a su vez ha generado una «crisis», en la que por ahora se está acomodando (beneficios obtenidos) y que se tolerará mientras la persona considere que está en el umbral de su «estándar de sufrimiento»
Nuestras respuestas (entre otras cosas) obedecen a un estándar de lo que consideramos aceptable o no para cada uno. A esta persona, su estado actual le parecía perfectamente aceptable ya que encajaba con el suyo, y una muestra de su propia verificación era el propio mal sentir, mal pensar y mal hacer con el que estaba lidiando. Muy probablemente a otra persona, este mismo estándar le parecerá intolerable, y, o no llegará a ese extremo, o se organizará para reconducirlo.
Socialmente está muy asentado y reforzado el concepto de «duelo», como si fuese algo inevitable y que necesariamente debe de mantener una dirección, en la que al chequear el «propio sufrimiento» es la confirmación que «estamos en el camino correcto», con lo que el modelo se refuerza a sí mismo. Mucho de mi trabajo precisamente, tiene que ver con aprender, adquirir habilidades, para intervenir con las situaciones de una forma «distinta». Para hacer transiciones de una forma más desarrollativa y segura para la persona, sin necesidad de atenernos a un modelo previo de lo que «uno debe pasar» y que eso se tome como lo «normal»; hacer del mal sentir, la normalidad.
En muchas ocasiones cuando a algunas personas se les pregunta si volverían ha hacer lo que hicieron en un pasado, responden que les gustaría volver atrás, pero con el conocimiento que han adquirido ahora. Y en parte tiene que ver con esto, cuando examinamos situaciones que hoy no aceptaríamos gestionarlas de la forma en que lo hicimos, porque en ese momento no disponíamos de las habilidades para hacerlo de otra forma.