Hay personas que se afanan en conocer el «origen» de las cosas con las que mantienen una relación problemática. Apoyadas por muchas teorías sicológicas que se afanan en su búsqueda, y terapeutas que se involucran en tratamientos de años y años, sobre todo muy beneficiosos para su economía.
Que yo identifique que un par de «cáscaras de cebolla» está obstaculizando el desagüe del fregadero de mi cocina, no significa que eso en sí vaya a solucionar el problema. Es útil conocerlo, aunque sólo como una parte del proceso. De ahí que conocer el origen de algo será útil en la medida en que hoy permanezca presente, para entonces organizar las cosas hacia el futuro e identificar qué cosas haré para que evolucionen.
El pasado es importante en la medida que hoy permanece activado en las cosas que continuamos sin darles una evolución. Si a tí te regalan una bicicleta con cinco años de edad, después no vas adaptándola a la evolución de tu edad y hoy el mundo te fuerza a que la utilices; esa bicicleta no te será muy útil, ya que la original se te ha quedado pequeña y tampoco has desarrollado habilidades para conducirte con una mayor.
Nuestra experiencia vital es un proceso en el que intervienen «multitud de causas» que agrupadas favorecen una mayor probabilidad para potencialmente generar problemas y también cosas que desempeñamos de una forma efectiva. Manteniendo ese sentido del «proceso en continuo movimiento» puedes notar las cosas que puedes mejorar, y apreciar las habilidades que te serían necesarias adquirir y entrenar para impulsar una evolución intencionada.
Pensar siempre será muy útil, si sabes cómo hacerlo en tu favor y no como una espiral que continuamente te lleva al punto donde partida y meta coinciden.
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