Nos pasamos nuestra existencia en un proceso de decisión constante: si continuo o no leyendo esta reflexión, si permanezco sentado/a mientras, si lo hago de pié, más rapidamente, lentamente…es decir, introduzco elementos de cantidad y calidad a mi hacer.
Tras cada decisión, no sólo está implicita la misma, y su cómo (cantidad y calidad), sino también la razón por la que tomo esa decisión: ¿qué beneficios espero obtener de ella?, y esto por lo general, permanece de una forma inconsciente ya que solemos operar de forma «automatizada» sin cuestionarnos mucho la toma de decisiones.
Imagina que quieres comprar un coche, y antes de entrar al concesionario donde vas a formalizar la compra, te informas que en otro concesionario de igual marca del coche obtendrás un ahorro de 1.500 Euros, aunque está en el otro extremo de la ciudad, cosa que te ocupará media hora en el desplazamiento en autobús -por ejemplo-. No es dificil adivinar que el resultado será que decidirás desplazarte. Ahora bien, si en lugar de ser un vehículo, es un calefactor -por ejemplo- del que ahorrarás en la compra 20 Euros, el grado de probabilidad por el que decidas desplazarte ya no es tan alto; y sin embargo, aparentemente el beneficio entre ambas decisiones -si decides desplazarte- es el mismo.
La cuestión es que el beneficio no es único, hay otras cosas operando paralelamente, y que tienen que ver con nuestros «valores», con las cosas que a lo largo de nuestra trayectoria vital en torno a una acumulación de experiencias hemos ido dando una significación, que para nosotros resulta importante, algo a defender y de las que en general tenemos poca conciencia.
En la medida que exista un discurrir paralelo y una conexión entre tus conductas y lo que para tí es importante -valor- estarás preparando las condiciones para que puedas experimentar una sensación de auto aceptación, de auto respeto…que son etiquetas con las que fácilmente nos podemos «enredar» en su significación, por una falta de concreción e identificación en conductas verificables.
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