Imaginemos que cuando somos niños se nos enseñase el abecedario, los distintos tipos de caligrafía, lenguaje …, aunque nunca llegásemos a practicar, a tomar un lápiz y comenzásemos a escribir. Pasado un tiempo tomaríamos conciencia que «no sabemos escribir», y ese hecho no modificará la situación. Como remedio puede que optásemos por más cursos de caligrafía, lenguaje…y la situación no se movería, porque no hemos aprendido ha operacionalizar, a «hacer».
Tan esencial es el adquirir conocimientos, como el operativizarlos; ya que en el mismo hecho de «hacerlos» exploramos las cosas con las que somos exitosos, cómo las que podemos mejorar, así como la detección de huecos de aprendizaje que aún no habíamos detectado.
Las librerías están llenas de libros de autoayuda, manuales teóricos acerca de todos los temas habidos y por haber, mensajes inspiradores, bien itencionados, filosofía….; y la mayorìa tienen una intención de incrementar nuestro saber, aunque lo que no explica el manual es cómo lo vas a operacionalizar, y cómo garantizarlo; además de la cuestión de hablar de la «gente en general» y no de la «persona en particular».
Hay habilidades operacionales que de forma naturalista vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida, y otras que podemos adquirir. ¿Cuanto del conocimiento que tenemos sobre nosotros mismos no lo practicamos?, ¿cuantos cursos de formación hemos adquirido y qué cantidad hemos después materializado?, ¿con cuanta falta de habilidad operativa nos encontramos en nuestra vida?
De ahí la necesidad de una formación no sólo teórica, sino práctica. Un aprendizaje integrado es aquel que llevamos al mundo en hechos, no sólo en palabras, o con buenas intenciones. A través del «hacer» encontramos la información necesaria para continuar desarrollando ese «hacer», y lo tenemos ahí frente a nosotros y no en la búsqueda de otro curso formativo teórico que nos diga que cosas se pueden hacer, aunque sólo sobre papel.
Durante una etapa en tu vida, sabía que nos sabías conducir. Más tarde tomaste conciencia que no sabías conducir. Con posterioridad sabías que ya sabías conducir. Finalmente olvidaste que sabes conducir; y para llegar a esta última fase si no te hubieses sentado en un vehículo no habría sido posible, por más autoescuelas a las que asistieses o manuales sobre conducción que hubieses leído.
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