Un profesor de filosofía llega un día a clase con dos tarros de cristal y seis bolsas de tela. Se hace ese silencio que motiva la curiosidad. El profesor les dice a sus alumnos: Hoy no trataremos de Platón, de Hegel ni de Kant; no discutiremos sobre grandes cuestiones y sin embargo la lección de hoy, a pesar de ser corta, será la más importante que os daré en este curso. Prestad, pues, atención.
Coloca los tarros uno junto al otro, y coloca tres bolsas junto a cada uno. Luego, se acerca al primero, abre una de las bolsas, de la que saca cuentas de cristal y lo llena. Pregunta ¿creéis que el tarro está lleno? Y los alumnos responden quedamente, con la cabeza, que sí.
Abre entonces la segunda bolsa, que está llena de perdigones, y los va dejando caer en el tarro. Al ser de un tamaño mucho menor, van ocupando los huecos que han dejado entre sí las bolas. Vuelve a preguntar: ¿está llena ahora? Y recibe la misma respuesta.
Finalmente, abre la tercera bolsa, que contiene fina arena de playa, y repite la operación. Esta tercera bolsa, sin embargo, ha quedado casi llena ¿Y ahora? inquiere de nuevo. Y la misma respuesta de unos alumnos perplejos, porque no entienden lo que quiere decirles.
Entonces realiza una operación similar, en silencio, con el otro tarro y las otras tres bolsas, pero invirtiendo el orden. Primero descarga por completo la bolsa de la arena, luego deja caer encima los perdigones y finalmente las bolas, que quedan la mayor parte en la bolsa porque ya no caben.
Entonces les dice: Los tarros representan nuestra vida cotidiana; el vacío interior es ese bien limitado que representa el tiempo; las cuentas de cristal son las cosas que carecen de importancia: nos distraen, nos hacen olvidarnos de otros problemas y a veces los demás suelen inducirnos para que las hagamos, pero son realmente superfluas, aunque nos den una tibia satisfacción inmediata. Los perdigones son cosas importantes, pero muchas veces más para los demás que para nosotros mismos; por último, la arena representa lo fundamental para nuestras vidas, pero muchas veces trabajar con ellas requiere un esfuerzo y el premio no se consigue sino a largo plazo.
Espera a que sus alumnos hayan asimilado la metáfora y continúa: La mayor parte de nosotros llena su tarro mal cada día, tal y como ya he llenado el primero: dedica mucho tiempo a estupideces que lo hacen sentir bien en un momento, o a cosas importantes pero secundarias, que no le consiguen más que algún parabién de alguien ajeno, y cuando se quiere dar cuenta se percata de que no le queda espacio —tiempo— para que quepa la arena que aún tiene en su tercera bolsa. Y acaba siendo infeliz y culpando, además, al mundo de su estupidez.
Hay una minoría, sin embargo, que hacen lo correcto: prioriza lo que es realmente importante en cada momento, luego lo que le permite quedar bien con los demás y, finalmente, si se queda tiempo, se distrae con cosas superfluas aunque aparentemente importantes. Son las personas que se realizan, aquellas que, a pesar de las desventuras y los sinsabores cotidianos, consiguen acercarse más a la felicidad.
Y finaliza: cada cual de vosotros ha de elegir un método en cada momento. Y ya sabéis el resultado.