Si ahora te dijera: ¿te consideras una persona sencilla?, ¿qué idea tienes acerca de la sencillez, de lo que es «ser sencillo»?, muy probablemente, eligirias el desprendimiento de las cosas materiales, el tener poco dinero, posesiones en general, vestir de forma austera, etc…como forma de valorarla, es decir, pondrías tu atención en el exterior.
Y en muchas ocasiones, ese fijamiento en el exterior se hace por puro exhibicionismo, sin entrar en lo que cada uno entendemos por «tener poco dinero», «vestir de forma austera», etc… Cuando aquí hablo de sencillez, lo hago para cultivar la que es resultado de la forma en la que nosotros nos vivimos a nosotros mismos, y que será la proyección de cómo actuamos en el mundo.
Tan sencillo puede resultar que yo decida poner en mi casa suelo de mármol, como puede serlo el hecho de que me sea indiferente; porque la cuestión central está en el «para qué» estoy utilizando esa forma de expresión. Disponer (por ejemplo) de cien euros en la cuenta del banco, no es más sencillo que disponer de cien mil euros; la cuestión volvería a ser ¿para qué estoy utilizando eso?; porque la persona que dispone de los cien euros, puede que esté haciendo constantemente exhibición de ello, como forma de victimismo hacia los otros, y eso no es «sencillez»
La cosa no está en el exterior, sino en cómo yo respondo a los estímulos del exterior. Si en mi respuesta existe unidad o separación, entre lo que percibo y la respuesta que doy. La separación la creamos cuando eso exterior, lo pasamos por el filtro de nuestras creencias, ideas, pasado, fantasías, juicios, condicionamientos…que no nos permiten «ver» las cosas en sí, en su sencillez.