Entre los años 60 y 70, el profesor John B. Calhoun realizó un experimento popularmente conocido como Universo 25, en el que creó un espacio confinado de 2.7 metros cuadrados y 1.4 metros de alto. En este lugar introdujo cuatro parejas de ratones con excelentes condiciones genéticas. El pequeño universo tenía agua y alimento ilimitados, se mantuvo en condiciones impecables y por supuesto era carente de depredadores. Básicamente un paraíso alimenticio en el que el espacio era restringido pero la supervivencia estaba asegurada. El lugar podía albergar hasta 3840 ratones.
Hasta el día 315 del experimento los ratones se reprodujeron a gran velocidad, llegando a los 600 individuos. De ese punto en adelante los nacimientos empezaron a descender. En ese período comenzó a resquebrajarse la estructura social. Germinaron brotes de gran agresividad entre los machos, las hembras empezaron a perder el interés en la maternidad y a pesar de tener recursos ilimitados se enfrentaron salvajemente por el dominio de territorios.
Cada generación se hizo más agresiva que la anterior. A partir del día 600 la sociedad entró en un apocalipsis total: los ratones más débiles se alejaban de los demás y de repente eran atacados todos sin misericordia. Las pocas hembras que parían abandonaban a sus hijos al nacer. Los machos no cuidaban del hogar y dejaban a sus hembras, los bebes terminaban siendo canibalizados por sus vecinos. Otros machos se alejaban de las zonas de conflicto y se dedicaban al narcisismo absoluto, sólo jugando y comiendo todo el día, nunca mostraban interés alguno por las hembras. En su pico más alto la población llegó a los 2200, el experimento se dio por finalizado cuando apenas quedaban unos pocos ratones, de los cuales el más joven tenía alrededor de 900 días, unos 90 años humanos.
El grado de bienestar que hoy se ha logrado en España (y compararla literalmente con la del experimento sería ridículo) no ha sido improvisado. Efectivamente, hay problemas, siempre los habrá, ya que la sociedad ideal no existe. Si no enseñamos a valorar lo que tenemos, lo que se ha alcanzado, el lugar que ahora ocupamos y de donde venimos, es muy fácil comenzar a activar conductas que vayan en contra de mantener lo que se ha logrado, que se paralice ese progreso y que incluso comience un periodo de involución.
Esta conducta a nivel personal también lo hacemos, cuando a la hora de valorar nuestra vida como un todo, lo hacemos poniendo el acento en aquellas cosas que consideramos negativas y que oscurecen, contaminan aquellas que sí que están funcionando, porque nada en la vida de nadie funciona de una forma tan absoluta. Si comenzamos a alimentar esa atención sesgada, haciéndola cada vez más grande y ocupando mucho tiempo en ello, nos induciremos a ese proceso auto destructivo.
Lo esencial es que son habilidades, desarrolladas a través de conductas concretas y con unos sesgos aprendidos, y lo mismo que hemos desarrollado esto podemos aprender a revertirlo, y no se tratará de negar nuestra realidad, se trata de equilibrarla y valorar aquello que sí está funcionando.